Método suicida
Me han pedido que recomiende un método de suicidio en el que no te enteres
de nada.
El que voy a proponer suele ser eficaz, con la ventaja de que mientras lo
pones en práctica sigues aprovechando aquellos momentos en los que aún vale la
pena seguir viviendo.
Empezaremos el día levantándonos mucho antes de lo que nos gustaría, pues
habremos de estar en un lugar que odiamos, rodeados de zombis que ya practican
el sistema de suicidio más común y al que ahora hacemos referencia, con lo cual
tendremos en quien orientarnos y de los que aprenderemos el método, quizás con
la esperanza de acortar la duración de nuestro intento.
Una vez preparados para mostrarnos en sociedad, limpios y aseados, bien
vestidos, en definitiva amortajados, podemos tomar el medio de transporte más
conveniente para sentir intensamente y reafirmar nuestro impulso mortal en dejar de ser.
El transporte público es el que mayor aglomeración de zombis nos ofrece en
expresiones faciales de amargura, tristeza, resignación y demás máscaras del
drama humano del que queremos huir, será el más apropiado para aumentar nuestro
resentimiento, evitando cualquier duda de arrepentimiento.
Probablemente nos habremos despedido ya de nuestra pareja, que a su vez
tomará otro medio de transporte como el coche, quizá porque su lugar de trabajo
está en las afueras de su localidad. Muy recomendable tener el coche para
permanecer largas horas en caravana a la entrada o salida de las ciudades, nos
permite reafirmarnos en nuestra intención de suicidarnos.
Doy por descontado que se tiene una pareja inapropiada con la que se
discute habitualmente y puedes culpabilizarla de todas tus frustraciones. Ese
ser antagónico que un día creíste que te haría olvidar tus intenciones más
radicales de la existencia encaminadas a no existir.
No es recomendable tener hijos con él/ella, pues pueden dar motivos de
alegría y distraernos de nuestras más profundas convicciones nihilistas. Tampoco
muy buenos amigos a los que envidiemos por su entusiasta alegría de vivir, a no
ser que abandonemos nuestra intención suicida y queramos tener el confort de un
hombro amable y cariñoso. Pero esos adjetivos, que ya hemos olvidado por ser
inexistentes en nuestro ámbito laboral, pertenecen a otros ámbitos en los que
el porcentaje de suicidios es nulo.
Pero sigamos en el nuestro. Un ámbito hostil, propicio para ver las lentas
desapariciones de cualquier vestigio humano.
Sólo uno se mantiene, ése al que queremos acceder cada mañana
amortajados hacia la incineración del alma.
Porque es el suicidio un vestigio de la humanidad insatisfecha.
Tras observar, una vez llegado a nuestro diario destino fatal, los
comportamientos de nuestros congéneres los zombis, en los que apreciaremos las
ingestas de venenos y narcóticos, sean en forma de cuchicheo, envidias,
rencillas, o las crónicas de los programas televisivos de la noche anterior, el
partido de fútbol u otros mensajes estimuladores de la idiotez innata del ser
humano que al no pensar deja de existir, como nos recordaba Shakespeare. Tras
ese ejercicio de observación, decía, habremos aumentado nuestro deseo de dejarlo
todo, imitaremos al máximo los comportamientos de nuestros maestros, algunos
con una larga trayectoria laboral, incluso agradeceremos el ver cómo nuestros sueldos van retrocediendo para dejar paso al
Bartleby que hay en todos nosotros.
De todo ello saldremos reforzados, convencidos, directos al cadalso que
perseguíamos.
Y si llegamos a la jubilación se nos recompensará con una pensión por el esfuerzo
al suicidio constante.
Pero mientras eso no suceda, seguiremos con nuestro método de la “gota
china”.
De vuelta a casa, hogar dulce hogar, nos tomaremos los tranquilizantes que
nos recetan los mass media; Analgesinet o Paracetalvisión, por ejemplo.
Nada de ir al cine, un concierto de música o al teatro. Tampoco las
exposiciones de arte son recomendadas, reconoceríamos el trabajo del artista y
éste ya no tendría los mismos deseos de suicidarse que siendo ignorado. No
estoy equiparando ambos suicidios, el vuestro se remunera cada mes, mientras
que el del artista es una decisión altruista.
Pero sobretodo, alejaros de la filosofía, pues son ellos, los filósofos,
los más adheridos a la causa de la existencia y si alguna vez se suicidan, como
el caso de Sócrates, es por desesperación de los magistrados, leales defensores
de los poderes establecidos, gestores de potenciales suicidas, creadores en
parte del método que estamos impartiendo.
Y un último consejo, si lees, que sean libros de auto ayuda, como el texto
que acabas de leer.
Descansa en paz.
Comentarios
Un saludo
La filosofía te resguarda de ello.
Y aunque las "malas hierbas" estén ahí, sabes evitarlas.
Como dices, uno no se da cuenta hasta que ocurre. Tú eres de los muchos que avisan del colapso ecológico que se avecina.
Pero ese no es un suicidio colectivo, es el asesinato del medio que permite vivir a otros.
Gracias por tu comentario y sobretodo por leer mis "liebre-nadas".
Un abrazo