Animales o mascotas

Como no soy partidario de tener animales urbanos, de los llamados de compañía, domésticos o peor aun, mascotas, y comprobar que la mayoría de mis amistades sí lo son, he decidido investigar los motivos de esa discrepancia.

En un primer momento pensé en hacer una encuesta a los dueños de los animales, pero desconfío mucho de ese tipo de estadística, pues pocos son los que responden con sinceridad, más bien dicen lo que se espera que digan.

Si pudiera espiarlos día y noche en su relación con el animal, seguramente descubriría las auténticas razones de dicha adopción, pero costearme una agencia de detectives privados sería excesivo para mi empeño.

Hasta que se me encendió la lucecita del ingenio, ¡claro! Que mejor espía que el propio animal, quién mejor que él puede conocer las razones que intento encontrar.

Me decidí por el perro, pues es el que por mayoría ocupa las casas de los ciudadanos.

Me costó un montón encontrarlo, no porque no hablara mi idioma, pues suelen ser bilingües, hablan el suyo y el de sus amos, sino porque ninguno tenía el más mínimo interés en enemistarse con ellos por sus declaraciones.

Por fin encontré a una perra ya mayor, a la que no le importaba, a su edad, decir lo que pensaba temiendo posibles represalias de sus dueños. Me gustó esa sabiduría adquirida con el paso del tiempo que auguraba buenos resultados.

Tuve que pedir permiso a la pareja que la llevaba atada con una correa. Estaban sentados en una terraza tomando unas cervezas. Me dijeron que era su hora del paseo, la de la perra, pero más bien debía ser la hora de la cañita, la de ellos. Pero a su edad, la de la perra, tampoco le importaba correr demasiado por el parque al que habían ido, ya había hecho sus necesidades, que era lo importante.

Les dejé mi carné de identidad rogándoles que me permitieran pasearla un ratito. Me dijeron que me tomara toooodo el tiempo que quisiera; al parecer les caí muy bien, pues no me explico tanta confianza.

Lo primero que le pregunté cuando nos alejamos de sus cuidadores fue por su nombre.

_ Pulgarcita -me dijo con expresión resignada-, por lo pequeña que era. Pero al poco tiempo ya me llamaban “Pulga”, es el problema de tener nombres largos. Al menos podían haberme llamado “Púlgar”, que se asemeja a una micro medida científica. Ahí empezó mi preocupación, me di cuenta que no me tenían en consideración, más bien se encapricharon de alguien con quien compartir sus aburridos tiempos de ocio. Desde entonces no he podido deshacerme del diminutivo, tampoco de los pequeños insectos del mismo nombre -decía esto rascándose bajo la oreja con insistencia-.

¿Estás a gusto con ellos?

_ Bueno, no puedo quejarme, pero la comida es cada vez más sintética igual que los programas de televisión, que con el tiempo me he acostumbrado a mirar, lo que ha producido un alejamiento de las caricias entre ellos y hacia mí. Que a mis 12 años esté tirada en el suelo durmiéndome ante el televisor, es comprensible, pero ellos con 37 años deberían tener más actividad, salir, jugar, leer, besarse, en fin todo aquello que yo nunca pude hacer cuando era joven si ellos no lo decidían. Lo de leer, con el tiempo lo he ido aprendiendo, me costó, pues lo hice de forma autodidacta, me ayudaron los subtítulos en los programas de televisión ya que el hijo de ellos es sordo, Mario, se llama, él fue la causa de que me adoptaran, pensaron que eso favorecería sus estímulos de comunicación. Cuando llegué yo Mario tenía 7 años. Fue un martirio para mí, pues debía aceptar todas sus travesuras que superaban el límite de mi paciencia, aunque compensada por sus caricias y afecto. Ahora, adolescente total, está con su música, sus novias, y el fútbol, por cierto, he de decir que soy de los pocos perros que nunca ha ido detrás de una pelota, me quedaba quieta cuando la lanzaban, esperando a que fuera más allá de los limites a los que me estaba permitido salir, cosa que no ocurría nunca.

Parece pues, que eso de ser perro no lo llevas bien.

_ Envidio a los lobos, de los que descendemos todos, los perros, quiero decir. Su mirada no es tan triste como la nuestra, aun conservan ese estado salvaje que les une más con la naturaleza. Nosotros nos hemos vuelto muy cómodos, no tenemos que buscarnos la vida, pero también somos más infelices. Bueno, a algunos ya les va bien, pero suelen ser los más débiles. Francamente, de joven me hubiera gustado correr por el monte, ser salvaje, fuerte, mejorar mis genes. Debe ser por eso que nos castran, porque nuestra descendencia no merece la pena. Algunos países africanos, lo sé por la tele, tienen la costumbre de mutilar los genitales femeninos, dicen que por razones religiosas, eso a mis “amos” no les parece bien, pero conmigo no fueron tan solidarios. No poder disfrutar de la sexualidad cuando eres joven es muy triste. Tampoco les gusta ver esclavos con cadenas, pero encuentran normal que la lleve yo, la correa que llevo es para que no nos peleemos con otros animales o ataquemos a los niños, pero ya de pequeña aprendí que eso no debía hacerse. Pero insisten en ello. Me sorprende, en cambio, que me dejen mear en la calle, cuando ellos no pueden hacerlo, o dejar mis “muñequitos” en el suelo, aunque luego tengan que recogerlos. Los humanos sois muy limpios, tanto como los gatos, en eso también os parecéis, egoístas ambos.

¿Qué opinas del hombre en la relación con el perro?

_ Los hay que utilizan al perro para competir en luchas caninas o hacer carreras tras un conejo de trapo. Hay que ver en que nos han convertido los humanos, de ser depredadores de ovejas a vigilarlas y mantenerlas unidas. Nos habéis transmitido vuestras propias conductas, no habéis respetado nuestra propia evolución como especie animal. Somos una herramienta más de vuestra propia evolución. Os ayudamos a encontrar supervivientes, perseguir delincuentes, cazar vuestros trofeos, entreteneros en los circos, acompañamos a los ciegos. Al menos en algunas de esas funciones es el perro el que lleva al hombre.

Pero en la mayoría de los casos vivís mejor que muchos millones de seres humanos.

_ Ahí está la cuestión, preferiría que nos dejarais libres y os ocuparais más de vuestros semejantes. Aunque me complace saber que he hecho feliz a Mario y sus padres, en eso los perros no somos nada egoístas.

Sabes, Púlgar, definitivamente me niego a tener animales en casa, aunque he de reconocer que te he cogido cariño y echaré en falta tu compañía.

Después de expresarle mi confesión no pude seguir con el interrogatorio. Me miró con esa cara entre triste y suplicatoria y un trasfondo de gratitud. Le quité la correa y la dejé marchar. Regresó con sus amos echándose a su lado, sin que ellos se apercibieran de su presencia, pues estaban absortos con su Smartphone, los llamados teléfonos inteligentes. A su lado tenían un sabio animal.

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